
Mateo 6,34-44
. En este tiempo de Epifanía, hoy la palabra de Dios nos presenta a Jesús como el profeta como que se compadece de las multitudes y que sacia su hambre tanto de la palabra como del pan: “se compadeció de ella”, nos dice San Marcos, y nos descubre a este Mesías que en lo más íntimo de su corazón siente la miseria y el dolor humano y asume un compromiso amoroso con los que sufren cualquier tipo de injusticia o de marginación.
. Es un Mesías que viene ciertamente a resolver y liberar de la opresión, pero en este mismo relato nos presenta las condiciones que pedirá a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. Para hacer posible la construcción de su Reino requiere la participación responsable de todos los hombres.
. En la primera lectura se nos habla del Dios de Jesucristo: “en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él”. El Dios que es amor se ha manifestado en Cristo. Es el Dios encarnado en la vida, hecho amor concreto para todo tiempo y para toda cultura… Y desde la vivencia a fondo de ese Dios encarnado y su Evangelio, surge una fraternidad universal, más allá de orígenes y razas, que desde abajo atiende a todos. Es lo que se ejemplifica en el relato del Evangelio de hoy.
. Y Jesús cuenta con nosotros para hacer llegar ese pan material a todos. Tenemos la certeza de que Dios nos ama, pero la única manera de manifestarlo es amando.
Este rostro de Jesús que se compadece de todos los hombres nos lleva a nosotros también a una auténtica con-pasión, sentir con los hombres, amar con los hombres y compartir con ellos.